Todos hemos escuchado alguna vez que los siervos de Dios sintieron su llamada sin saber cómo, a través de alguna conversación honda e íntima con Él, o por el simple hecho de haber vivido alguna acción que nos lleve a depender de una forma inseparable de su Palabra, Obras y manera de vivir, para convertirnos en transmisores de su Evangelio.
Cuando el costalero siente la llamada del Señor para convertirse en sus pies o en los de su Bendita Madre, durante unas horas y poder dar testimonio de fe en la calle dándole vida a esos altares andantes que son los pasos procesionales y transmitir al pueblo la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, siempre acompañado en todo momento por la Virgen María, el costalero comienza a soñar durante todo un año en el día en que por fin pueda besar con su cerviz la bendita trabajadera de la Madre de Dios, o de su Hijo, El Mejor de los nacidos.
Un año en el que se va formando intensamente tanto espiritual como físicamente aferrándose a un sentimiento profundo que le lleva a encontrar el camino a Dios.
El costalero es un trabajador humilde y sencillo que convive con sus compañeros tanto fuera como dentro de las entrañas de la oscuridad de un paso, guiados por la luz y el aroma del incienso que incesante entra por las rendijas de los respiraderos, alentados siempre por las voces de mando de sus capataces, sus ojos en la Estación de Penitencia. Forman un conjunto inseparable que no puede existir el uno sin el otro; siempre digo que no podría existir capataces sin costaleros ni costaleros sin capataces, ambos siempre caminan en la misma dirección.
Un camino con caricias de alpargatas y racheos con compases melódicos al son de una marcha o al son del silencio solo quebrado por el crujir de la madera.
Un camino largo y sufrido, pero incomparable, como el que recorrió el Señor Nazareno camino del Monte Calvario para su Crucifixión, fustigado y maltratado por los Romanos y aunque fuera vapuleado y mofado, encontró el aliento en todo momento de su Madre la Virgen María, sus discípulos y el de Simón de Cirene, que ayudando con el peso de la Cruz hizo más liviano su trayecto por la Calle de la Amargura.
Fue la Virgen María la primera costalera que hubo en la Historia, ya que fue Ella, la que llevó en su vientre al Señor durante nueve meses, para más tarde convertirse El en costalero para soportar el peso de todos los pecados de la humanidad y por el que murió en la Cruz por todos nosotros.
Nosotros, los cristianos, y más en estos momentos de la vida que estamos viviendo, al igual que hizo el Señor, debemos ser costaleros en la vida, pero no solo costaleros dentro de un paso; costaleros en el día a día, ayudando al prójimo en la medida de nuestras posibilidades, cargando con el peso de la familia, los amigos o el compañero cuando flaqueen las fuerzas, arrimando y endureciendo los riñones cuando vengan momentos malos, apretando los dientes para que jamás y nunca jamás los zancos rocen el suelo para poder llevar con orgullo, sentimiento y humildad el nombre de ser Costalero por la Gracia de Dios.
Manuel Jesús García Marín
Capataz General
Boletín Cuaresma 2015